El trauma no siempre se recuerda. Pero siempre se siente.
Quizás no recuerdes un evento traumático.
Quizás “todo estuvo bien” en tu infancia.
Pero tu cuerpo… no olvida.
Y no miente.
Tensiones inexplicables, ansiedad recurrente, rigidez, dolores crónicos o la sensación constante de “estar desconectada” son formas en que el cuerpo grita lo que la mente ha aprendido a silenciar.
El cuerpo guarda la cuenta
Bessel van der Kolk, uno de los referentes mundiales en trauma, lo dice claro: “The body keeps the score”.
Cuando el sistema nervioso vive una experiencia de peligro que no puede procesar, lo encapsula en el cuerpo como una forma de supervivencia. Esa emoción no sentida, ese movimiento no hecho, esa palabra no dicha… se queda ahí.
Y luego aparece en forma de:
Mandíbula apretada
Dolor de cuello y hombros
Problemas digestivos
Bloqueo para llorar o sentir
Disociación: "me pasa algo, pero no sé qué"
No se trata de revivir, sino de re-sentir
El trabajo con trauma no consiste en recordar cada detalle del pasado, sino en recuperar presencia corporal en el ahora.
Tu cuerpo quiere liberarse. Pero necesita permiso para hacerlo de forma segura, suave y progresiva.
Por eso, prácticas como el yoga sensible al trauma, la somática y la interocepción guiada son tan efectivas: no fuerzan al cuerpo a “sacar” el trauma, sino que le dan un nuevo lenguaje para decir lo que necesita.
Sentir es sanar
Cuando comienzas a permitir microemociones (tristeza, ternura, enojo, alivio) en lugar de reprimirlas, tu cuerpo empieza a recuperar su soberanía.
La seguridad no se impone: se cultiva.
Y cuando hay seguridad interna, el cuerpo puede finalmente soltar.
“El cuerpo habla el idioma del alma. Escucharlo es el acto más radical de amor propio.”
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